Semana Santa Sangrienta.

Semana Santa Sangrienta.

6 abril 2020 0 Por John Bali

Con su permiso, voy a intentar ponerles en situación: Imaginen que regresa a la oficina tras las vacaciones de Semana Santa y su compañero les pregunta: “¿Qué tal, Juan? ¿Qué has hecho estos días?” Y usted contesta: “Poca cosa, Paco, fui a la procesión con tres amigos y nos clavaron en una cruz. Yo era el que estaba junto al que hacía de Jesús, era uno de los dos ladrones…”


Aunque parezca un chiste de mal gusto, esto es solo una pequeña parte de lo que ocurre durante esos sangrientos días en la Semana Santa de Filipinas. Una practica tan cruenta que el mismo Vaticano, en mas de una ocasión, la ha rechazado. Tal vez la práctica mas brutal de estas fechas. Filipinas es el único país de Asia que tiene una mayoría cristiana, una religión introducida por los colonos españoles.


En un festival de fotoperiodismo francés vi una exposición de lo que allí ocurría y me quedé fascinado. Para un fotógrafo, toparse con imágenes así es como tener una visión que se te queda grabada en la mente. Cada Semana Santa no podía dejar de imaginar lo que allí estaba ocurriendo en aquel lejano país, aunque jamás sospechaba lo que me encontraría.
Así que un año compré el billete mas barato que encontré y me fui a Filipinas en busca de aquellas imágenes que rondaban mi cabezota. Llegué a Manila…otro mundo, pero no estaba allí por eso. Cogí un autobús que me llevó a Ángeles, una pequeña ciudad al norte de Manila que una vez albergó la base aérea Clark de los Estados Unidos, la más grande del mundo fuera de sus fronteras. Ese pasado militar había dejado herencia: Ángeles es una ciudad llena de prostíbulos, personajes variopintos y extranjeros en busca de, bueno, ya se imaginan. Vamos, un paraíso para el turismo sexual. Busqué un hotel barato y espere a que llegase ese día tan soñado.

El jueves todo comienza muy temprano. Al despuntar el día, por la carretera, empiezan a llegar los primeros penitentes, descalzos y con la cara tapada para que nadie les reconozca, pues están pagando los pecados cometidos durante el año. Algunos van cargados con enormes y pesadas cruces de madera, dispuestos a unirse en algunos casos a otros penitentes o de modo individual, peregrinar por las calles, parando en unas improvisadas capillas donde rezar y fustigarse, o tan solo a descansar un poco cuando están totalmente exhaustos (en Filipinas durante esos días las temperaturas pueden sobrepasar fácilmente los 30ºC). Otros, que suelen ir en grupo -algo parecido a las cofradías-, son los que realizan el ritual de la fustigación. Hice unas cuantas fotos pero todo me decepciono. No era lo que yo esperaba, pero tampoco sabía lo que me esperaba al día siguiente, el día que Jesús fue crucificado, el día del plato fuerte.

Volví a levantarme muy temprano y seguí a un grupo que iniciaba el Vía Crucis. Me sorprendió ver, tras esas caras tapadas, a chicos muy jóvenes que purgaban sus pecados con la autoflagelación y con algún brebaje que habían tomado antes… Todos se dirigían al mismo lugar, el espacio de concentración donde decenas de penitentes se unían en esa barbarie. Un lugar lleno de puestos de comida, bebidas y cientos de curiosos.


Una vez allí, cuando sus espaldas estaban lo suficientemente inflamadas por los latigazos que ellos mismos se infligían, un hombre les hacía pequeños cortes con una cuchilla de afeitar para que pudiese brotar las sangre acumulada en esas hinchazones. Y ahí empezaba la fiesta de verdad. Empecé a fotografiarles casi con el mismo entusiasmo con el que ellos se daban latigazos.


En un momento dado bajé la cámara de mi cara y fue entonces cuando empecé a notar algo en mi boca. Al pasar mi mano por ella me di cuenta de que mis labios, mi cara, mi ropa e incluso mi cámara estaban llenos de la sangre que aquellos arrepentidos salpicaban en su macabra caminata.

Las paredes de las calles mas estrechas eran un gotelé sanguinario, sus espaldas chorreaban sangre, formando un curioso corazón sangriento, decenas de ellos se cruzaban con los que cargaban sus enormes cruces, se paraban, se azotaban, se tumbaban en el suelo y unos terceros los fustigaban. Era un festival para los microbios, enfermedades y, aunque esté mal decirlo, un espectáculo para mi cámara. Aunque tengo que admitir que trataba de alejar poco la Canon de mi rostro para evitar que esos flujos entrasen mi boca u ojos.


¿Les parece poco? Pues aun queda el plato fuerte, si es que puede haber algo mas fuerte que todo esto. En medio de esta bacanal, sobre una colina, había unos tíos disfrazados de romanos que arrastran a tres pobres desgraciados como si hubiesen cometido el peor de los pecados (incluso, en un momento, uno de ellos le dijo a otro que no les pegase tan fuerte, lo juro) y es ahí cuando, en medio de una multitud gritando como si su equipo de futbol estuviese en la fase de los penaltis de la final de la Champions, los suben a una cruz y los crucifican con unos enormes clavos que les introducen en manos y pies. ¡Qué sensación ver a esos hombres gritando y sufriendo de manera voluntaria! Pero, ya se sabe, “sarna con gusto, no pica“, aunque creo que un poco sí les picaba.


Y así acabó todo. Ya podían volver a sus vidas y a pecar de nuevo, porque el año que viene repetirán la purificación. Yo también podía descansar, pues ya tenía mis ansiadas fotos y también un montón de ropa llena de sangre, que en cuanto llegase al hotel iría a parar directamente a la basura.


FOTOS Y TEXTO: JOHN BALI (©Joan Manuel Baliellas)