
Viviendo entre muertos.
Asia es un continente que nunca deja de sorprenderme, cada viaje,cada lugar es una nueva experiencia, una nueva manera de ver y de vivir la vida.
Llegué allí casi por casi por casualidad, había visto unas fotos que había hecho mi amigo y excelente fotógrafo español afincado en Hong Kong, Miguel Candela dejándome fascinado y como digo yo: que en esto de la fotografía está todo inventado, o casi“, aproveché un viaje de Semana Santa para fotografiar los rituales sangrientos que hay en Filipinas que podéis leer en esta página ( http://baliellas.com/wordpress/?p=127), me pasé por allí unos días, pues no podía perder la oportunidad y vivir en primera persona todo aquello que había visto en aquellas fotografías.
Muchos viven aquí porque no tienen a dónde ir, otros lo prefieren a los violentos barrios marginales de la ciudad, hay que recordar que solo en el año 2019 hubieron miles de muertos en Manila causados por la guerra de la droga. Más de 10.000 personas sobreviven o malviven en sus calles. Esta es su vida, donde la felicidad y la tristeza se mezclan en una pequeña ciudad llamada: “El Cementerio Norte de Manila”.
De origen español, tiene su cuna en el siglo XIX y fue construido siguiendo los arquetipos arquitectónicos del tiempo de los cementerios andaluces. Cuando los españoles se retiraron de las Filipinas, el cementerio se convirtió en el uso exclusivo de los residentes de Manila.
El primer día tras confirmar que tenía el permiso para visitar en cementerio, me citarón a las cinco de la tarde y el director me hizo entrar en su despacho – por cierto, recordaré siempre su nombre al llamarse como un actor: Eduardo Noriega- allí me explico que estaba sorprendido que quisiese hacer fotos en su cementerio, pues me manifestaba que allí ya no vivía casi nadie, que la gente se había marchado a vivir a la ciudad, que si tal, que si cual…Yo me quedé sorprendido, pensando en el tiempo perdido tras todo el ritual que me habían obligado a realizar para obtener la autorización –pedir un permiso en según que lugares en los cuales el inglés que se habla es justito, es, bueno…no acabo de encontrar un adjetivo- pero bueno, le comuniqué que me daría una vuelta por allí.
Nada mas salir de la oficina, allí me esperaba uno de los trabajadores del cementerio, un tío grandote que insistió en acompañarme en su moto a pesar de mi negativa a que lo hiciera, él me aseguró intentando explicarme, medio en Tagalo -el idioma filipino- e inglés, que era por mi seguridad y por si no me había quedado claro que aquello podía ser peligroso, me mostró bajo el asiento de su motocicleta un gigantesco revolver – que no me dejó fotografiar- ; vuelvo a insistir que Manila es una de las ciudades asiáticas donde he visto mas gente armada, en cualquier restaurante encuentras a un vigilante con escopeta, eso sin contar que en las puertas de los bancos hay tres tipos fuertemente armados, que acojonan solo con verlos y casi no te atreves a entrar para pedir cambio de moneda; ojo, al menos en los barrios que yo conocí.
Bueno volvamos al cementerio, que me voy del hilo. La verdad yo mas que por mi seguridad, lo que creo que quería controlar un poco lo que iba a fotografiar, así que asentí, no tenía mas remedio. Monté en su moto y este me llevó por calles donde no se veía ni un alma viva… algo normal en un cementerio. Bromas a parte, no entendía nada, ¿donde estaba toda aquella gente que había visto en aquellas fotos de Miguel?, salí un poco frustrado pues pensaba que había perdido el tiempo. Pero como el permiso era para varios días, decidí que regresaría al día siguiente, pues algo me había sonado a chamusquina.
Cuando regresé a la mañana siguiente, allí estaba mi amigo el guarda esperándome con su motocicleta y si gran sonrisa –la verdad es que no era mal tipo-, pero esta vez, en tono muy serio le dije que no quería que me acompañase, que ya era mayorcito para cuidar de mi y que como allí no vivía casi nadie, no había peligro alguno. Así que me adentré por la puerta principal, tengo que decir que yo no soy mucho de cementerios, es más, no quiero que mis restos reposen en uno, pues me parecen un lugar triste, silencioso y sin vida, un sitio donde nadie quiere estar.
Pero al contrario de mi creencia en lo que tiene que ser un cementerio, lo primero que vi cuando entré por la arteria principal y que me sorprendió, tengo que decir que gratamente, pues el día anterior no lo había visto o no habían querido que lo advirtiera, fue todo un ajetreo de personas que entraban y salían como si de un gran centro comercial se tratase, señoras con cestos que iban o venían de la compra, niños con sus uniformes camino de la escuela, auto-rickshaw – una especie de triciclo motorizado muy común en Asia- , bicicletas y motos que iban arriba y abajo al igual que en una calle principal. Vamos una visión bastante diferente a lo que me habían mostrado o habían querido mostrarme el día anterior.
El cementerio norte, no es el único habitado de Manila, pero si quizás uno de los mas grandes de la ciudad, por lo tanto hasta las calles tienen nombre como sería en una ciudad. Me adentré en su interior todavía con el mal gusto de boca del día anterior, pero como se suele decir, con la mosca en la nariz, pues estaba casi convencido que el día anterior me habían llevado al huerto, mas que al cementerio. Tomé la calle opuesta a la del día anterior y cuando llevaba unos cientos de metros empecé a escuchar gritos y risas, algo poco común en un camposanto, eran las risas de unas niñas jugando con sus Hula Hoops, ellas estaban allí delante de unos mausoleos que mas tarde averigüe que eran sus casas, donde ellas vivían. Evidentemente lo primero que hice fue dejar la cámara y ponerme a jugar, estaba tan contento jugando con ellas que casi se me olvida que había ido allí para hacer este reportaje, pero bueno, las personas que me conocen saben que lo que mas me gusta, incluso mas que hacer fotos, es no perderme una oportunidad de jugar con los niños que me encuentro, ya sea un partido de futbol en algún lugar remoto de Indonesia, un partido de criquet en algún lugar de la India o hacer el ridículo intentado hacer girar ese aro alrededor de mi cuerpo sin provocar las risas de quien me está viendo.
De las personas que conocí muchos tenían sus trabajos en la ciudad, cada día iniciaban el mismo ritual que hace cualquier otra persona para hacer sus quehaceres diarios, pero con la diferencia que lo hacen dentro de un nicho, he visto lugares con televisión, otros según el nivel económico de la persona que allí vive, sin tantos lujos para vivir.
Algunos de estos nichos son propiedad de los inquilinos, son sepulcros familiares, otros en cambio los propietarios pagan a los ocupantes unos pocos pesos para que estos lo mantengan en buenas condiciones, así al estar habitado evitan cualquier tipo de profanación de tumbas. Aunque los menos afortunados viven donde pueden, como mi amigo Joel, que habita un pequeño agujero sin luz sobre tres tumbas abandonadas por el tiempo, acompañado de la única persona que nunca quiso abandonarlo, su madre – haré un post de él, pues es una triste historia que quiero que conozcáis-.
Cuando caminas por las calles del North, un extranjero como yo queda sorprendido por la vida que discurre por sus vías, uno puede encontrar chanchas de básquet entre las tumbas de famosos, economatos donde comprar de casi de todo, patatas fritas, bebidas, etc. También hay puestos de comida, algunos son carros ambulantes que sirven comida a domicilio o mejor dicho “comida a tumba“.
Un día que los que paseaba por allí, como era época de lluvias, empezó a caer esos cortos pero copiosos diluvios muy típicos de Asia, cuando dejó de llover empezó para los mas jóvenes un festival acuático, alguno los tejados de los nichos habían quedado inundados y ahora eran una piscina improvisada, chapoteaban y saltaban igual que hace cualquier niño en un parque acuático, otros los que no se atrevían a subir, simplemente saltaban y pisaban por los enormes charcos que se habían formado en el suelo.
La vida en en cementerio pasa en un momento de las risas a los llantos, cuando hay algún entierro se sabe enseguida, pues es costumbre que tres minibuses llenos de gente lleguen con música a todo volumen, es entonces cuando los jóvenes aprovechan para ganar algo de dinero y son los encargados de transportar el ataúd hasta el lugar donde el cadáver reposará, a veces hay que llevar el féretro por un laberinto de tumbas, incluso pasando a través de algunos de los domicilios de los lugareños.
Entonces es el momento, justo antes de introducir el sarcófago de dar el ultimo adiós al difunto, abren al ataúd, todos los familiares y algunos curiosos observan al fallecido, le hacen fotos, nada muy diferente a lo que se hace en occidente en las funerarias. Tengo que decir que en los dos funerales que asistí se me invitó a fotografiar en ambos el cadáver, pero cuando me acerqué a mi segundo funeral, había una mujer que no paraba de llorar, fue entonces cuando me di cuenta que en el interior del ataúd había una adolescente, al verla se me encogió el alma al ver aquella princesa dormida y decidí que no tenía ninguna necesidad de hacer esa foto, a veces tenemos que pensar si realmente merece la pena hacer una foto o somos lo suficientemente fotógrafos y personas como para no hacerla.
Cuando todo ha terminado, unas pequeñas velas marcan la tumba reciente, pero no hay que tener miedo, estará vigilada por los habitantes del lugar, así podrá reposar y los parientes no tendrán miedo a que su consanguíneo sea molestado por algún ladrón en busca de algo de valor.
Pasé varios días allí, conociéndolos, entablando amistades, enlos dos viajes que hicé estuve con ellos casi tres semanas. Pude Reír, jugar, comer y convivir con ellos, confraternicé con unas personas que jamás olvidaré, muchas veces pienso en ellos, como estarán, si Joel habrá superado sus problemas, si Grandma seguirá bien a pesar de sus ochenta años, no sé si los volveré a ver, sé que no los olvidaré nunca, nunca se sabe si uno acabará volviendo a los sitios, el destino a veces es un cachondo, pero lo que si me gustaría es que si vuelvo algún día al Cementerio Norte, que no sea para quedarme para siempre.
FOTOS Y TEXTO: JOHN BALI ( ©Joan Manuel Baliellas)